En el frenesí de la vida moderna, cuidar plantas puede convertirse en un refugio para el alma. Cada riego, cada hoja nueva, es una invitación a detenerse, a escuchar el silencio y conectar con el presente. Las plantas, con su belleza discreta, nos recuerdan que incluso en la quietud hay vida.

Cuidar plantas no es solo mantenerlas vivas. Es un ejercicio de mindfulness: observar sus hojas, tocar la tierra, sentir su humedad, ajustar el agua según lo que necesitan. Estas acciones simples nos anclan en el ahora, alejándonos del ruido mental y las prisas cotidianas.

Rodearnos de plantas no solo embellece nuestro entorno. Reducen el estrés, nos inspiran y purifican el aire que respiramos. Pero su enseñanza más valiosa es la paciencia: crecer lleva tiempo, y ese tiempo merece ser honrado.

Si estás buscando el lugar perfecto para elegir tu primera planta, Nayón, conocido como el jardín de Quito, es ideal. Allí no solo encontrarás una gran variedad de especies, sino también expertos dispuestos a recomendarte la opción que mejor se adapte a ti. Es un destino donde la naturaleza y el conocimiento se combinan para inspirarte a dar este primer paso.
Comienza con especies fáciles como la sansevieria (lengua de suegra) o el pothos, compañeras ideales para quienes dan sus primeros pasos en este arte. Dedícales un momento del día, haz de su cuidado un ritual. Observa los matices de sus hojas, siente la textura de la tierra entre tus dedos, respira el aire más limpio que ellas te regalan. En su silenciosa sabiduría, las plantas siempre tienen algo que enseñar.

Cuando el mundo te abrume, detente. Mira tus plantas. Hunde las manos en la tierra. Descubrirás que, a través del cuidado de lo verde, también cultivas paz, conexión y una renovada gratitud por lo simple y lo esencial.
 

Visita Nayón, un escape al Jardín de Quito.